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Capítulo X:Cenizas en la nieve

  El viento soplaba frío, pero no lo suficiente para arrastrar el hedor de la muerte. La nieve, te?ida de rojo, cubría la tierra como un sudario sobre un cadáver gigante. La batalla había terminado… pero lo que quedó atrás era peor que cualquier pesadilla.

  Los cuerpos yacían apilados en grotescas esculturas de carne y acero. Algunos soldados aún agonizaban, susurros ahogados escapaban de sus labios mientras la vida los abandonaba lentamente. Otros no habían tenido tanta suerte: rostros congelados en expresiones de terror, extremidades arrancadas, torsos abiertos como si algo hubiese escarbado en su interior buscando calor donde solo había frío y muerte.

  Marcus avanzó entre los restos del combate, su silueta firme en contraste con el caos. No mostró emoción. No había espacio para el dolor, solo para la supervivencia.

  Con un tono que resonó sobre los lamentos de los moribundos, su voz se alzó como el trueno:

  —?Soldados, hemos ganado, pero aún no estamos a salvo! ?Traigan a los ingenieros y a los sabios! ?Los muros deben ser reparados, los heridos atendidos! ?Ahora! —

  Los que aún tenían fuerzas obedecieron como sombras deslizándose entre el desastre. Sus pasos aplastaban los charcos de sangre coagulada, sus manos temblaban, pero seguían adelante. No porque quisieran… sino porque si se detenían, sentirían el peso del infierno que los rodeaba.

  Pronto, Elira y Maganar aparecieron con sus facciones. La mirada de Elira se endureció al ver la magnitud de la destrucción. Pero no hubo tiempo para duelo.

  —?Ingenieros, evaluad los da?os! Los muros primero, luego las torretas. Si caemos ahora, todo habrá sido en vano —

  Maganar no dijo nada. No había palabras suficientes para describir el horror. Solo se arrodilló junto a los heridos y empezó a trabajar. Sus sabios lo imitaron, pero en sus ojos solo había desesperanza. Algunos de los soldados ya no podían ser salvados, y ellos lo sabían.

  Se llevaron a Maelis y Luna de inmediato.

  Maelis se mantenía consciente, pero apenas. Su piel estaba pálida, sus manos temblaban. La sangre corría por su pecho como ríos oscuros en la nieve.

  Pero Luna…

  Luna estaba peor.

  Su cuerpo delgado parecía haber sido azotado, cortado, destrozado. Sus labios estaban tan pálidos como la nieve bajo su cuerpo. El filo de la muerte rozaba su piel, esperando el momento adecuado para reclamarla.

  Cuando la levantaron, un hilo de sangre cayó de su boca, marcando la tierra con su último aliento de resistencia.

  Marcus giró hacia los soldados restantes. La fatiga pesaba sobre ellos, pero su deber aún no había terminado.

  —Dos de nuestros líderes han caído. Hasta que se recuperen, los segundos al mando tomarán sus lugares —

  Elian, con una herida abierta en el costado, apretó los dientes y asintió.

  —?Exploradores! Buscad supervivientes. Los que aún respiren, llévenlos con los sabios. No dejaremos a nadie atrás —

  Ban, tambaleante pero aún en pie, se limpió la sangre de la boca y escupió. Su mirada era fría, sin un rastro de duda.

  —Guardianes de Hielo, formad un perímetro. No dejaremos que nada más atraviese estas murallas.

  No había espacio para el miedo. No había tiempo para llorar a los caídos —

  La lucha había terminado…

  Pero en la penumbra de la noche, algo les decía que el horror solo estaba comenzando.

  Joas permanecía en pie, su cuerpo cubierto de heridas aún humeantes, su sangre evaporándose al contacto con las llamas que aún danzaban en su piel. Su mirada, te?ida de furia, no podía apartarse del vacío. Aquel nombre…

  El nombre de aquel hombre…

  El asesino de la familia de Eliot. El asesino de su propia familia.

  Sus pu?os se cerraron con tal fuerza que sus u?as rasgaron su propia carne. La ira seguía rugiendo en su interior, consumiéndolo desde dentro.

  Entonces, Marcus se acercó.

  Sus pasos eran firmes, su presencia aún más pesada que la misma noche. Se detuvo a pocos metros de Joas y lo miró con aquella expresión fría, sin una pizca de emoción en su rostro. Su voz se alzó, grave, implacable. No era una pregunta. Era una orden.

  —Ahora quiero saber cómo es que saliste de tu celda —

  Joas parpadeó y, por un instante, su expresión cambió. Su postura se relajó, su rostro volvió a adoptar aquella sonrisa burlona y despreocupada. Las llamas que envolvían su cuerpo comenzaron a apagarse, y sus heridas, con lentitud antinatural, comenzaron a cerrarse por sí solas.

  —Oh, bueno… —se encogió de hombros con fingida indiferencia—. Me dieron ganas de respirar este encantador aire helado y disfrutar de este hermoso paisaje desolador, azotado por el invierno eterno —

  Marcus no se inmutó.

  —No estoy de humor para bromas, Joas —

  Joas suspiró con fingida resignación.

  —Está bien, está bien. Desde mi celda escuché la voz de ese bastardo… y supe que no podía quedarme ahí. Así que simplemente derretí las cadenas y los barrotes. —Hizo una pausa, con una media sonrisa burlona—. Los guardias me vieron, pero no pudieron detenerme. Supongo que les dio más miedo enfrentarse a mí que dejarme escapar. Así que… pasó lo que pasó —

  Se encogió de hombros como si fuera un asunto trivial.

  Marcus lo observó en silencio, su mirada penetrante analizándolo. Y luego, contra todo pronóstico, asintió.

  —Debo admitirlo… sin ti habríamos perdido más de lo que ya perdimos. Esta vez… te lo agradezco.

  Las palabras tomaron por sorpresa a Joas –

  Su sonrisa se desvaneció un poco. Antes de que pudiera responder, vio algo que heló su sangre.

  Un grupo de sabios se alejaba a toda prisa con Luna en brazos. Su cuerpo, inerte, colgaba entre ellos como una mu?eca rota. Su piel pálida estaba cubierta de sangre, su respiración apenas perceptible. Parecía un cadáver.

  Joas sintió cómo algo se rompía en su interior.

  Sus piernas se movieron por instinto, dio un paso al frente, pero Marcus no se movió.

  El líder solo la observó irse con una expresión inexpresiva. Tranquila. Como si aquello no lo afectara en lo más mínimo.

  Joas lo miró con horror.

  Antes de que pudiera gritarle, una voz ronca y agotada se hizo presente.

  Era Maganar.

  El anciano sanador caminaba con pasos pesados, su rostro reflejaba el cansancio de haber presenciado demasiada muerte en una sola noche. Sus ojos eran los de un hombre que había visto el infierno y sabía que no podía hacer nada para cambiarlo.

  Marcus lo miró con frialdad.

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  —?Cómo están Maelis y Luna? –

  El viejo tragó saliva, su voz apenas un murmullo.

  —Maelis… se recuperará. Tiene fracturas, heridas graves, pero su resistencia es su bendición. Podemos tratarlo —

  Marcus asintió, pero Maganar aún no terminaba.

  El anciano bajó la mirada.

  —Pero… Luna… —

  El silencio que siguió fue más gélido que la misma ventisca.

  —Su cuerpo está al borde del colapso —continuó con voz opaca—. Demasiadas fracturas, demasiadas perforaciones… se está desangrando por dentro y por fuera. Sus posibilidades de sobrevivir son… mínimas. Pero haré lo que pueda. —

  Joás sintió cómo su corazón se detenía por un instante.

  Luna… estaba muriendo.

  Su respiración se agitó. Sus manos temblaban, pero no era de miedo. Era de rabia.

  —??Eso es todo lo que tienes que decir?! ??Acaso no es tu hija?! —rugió, girándose hacia Marcus. Sus ojos ardían, no con fuego… sino con ira.

  Pero Marcus solo lo miró.

  Su expresión seguía siendo fría. Su voz, inquebrantable.

  —Sí. Es mi hija… pero no lograré nada preocupándome por ella. Otros me necesitan. —

  Y sin más, se alejó

  Joás se quedó ahí, con el pecho agitado, los pu?os temblando de pura frustración. Su mandíbula estaba tan tensa que sentía que se rompería en cualquier momento. El fuego dentro de él no se apagaba… solo crecía.

  Marcus, que ya se alejaba con pasos firmes, se giró por última vez.

  —Si estás tan preocupado, ve y quédate con ella —dijo con su voz fría, inquebrantable—. Te concedo el privilegio de andar por la colonia libremente… como recompensa por habernos ayudado tanto –

  Joás lo miró con incredulidad.

  ?"Recompensa"? ?"Privilegio"? Como si fuera un maldito favor.

  Marcus no esperó su respuesta. Simplemente se marchó.

  Pero Joás no se quedó a verlo desaparecer en la penumbra.

  Su cuerpo se movió antes de que su mente pudiera procesarlo, solo corrió a toda velocidad hasta donde estaba Luna, el olor a sangre y antiséptico impregnaba el aire.

  Los pasillos del centro médico estaban llenos de gemidos ahogados, susurros desesperados y el sonido monótono de pasos apresurados. Camillas con cuerpos ensangrentados iban y venían. Algunos de los heridos lloraban, otros solo se retorcían en silencio, con los ojos perdidos en la nada, como si ya estuvieran al otro lado.

  Pero a Joás no le importaba nada de eso.

  Solo había una puerta frente a él.

  Una gruesa barrera metálica con un símbolo grabado, detrás de la cual, en ese mismo instante, **Luna estaba peleando contra la muerte*

  El sonido del metal chocando contra el metal retumbaba en la sala de operaciones. Las herramientas quirúrgicas tintineaban con cada movimiento preciso, cada incisión calculada. El aire estaba cargado con el olor de la sangre y la carne quemada, un hedor espeso que se mezclaba con el frío implacable del exterior.

  Luna yacía en la mesa de operaciones, su piel pálida como la nieve, cubierta de heridas abiertas y vendajes improvisados que apenas podían contener la hemorragia. Su respiración era irregular, apenas un susurro contra el estruendo del caos a su alrededor. Estaba al borde de la muerte.

  Magnar, con sus manos firmes pero veloces, cortaba y cosía, cerrando heridas fatales con la precisión de un hombre que había visto demasiados cadáveres. A su lado, sus asistentes trabajaban en silencio, apenas intercambiando miradas llenas de desesperación. Sabían que estaban perdiendo la batalla.

  Los gritos de los heridos, el sonido de huesos siendo colocados, los llantos de aquellos que habían perdido a sus compa?eros… todo era un eco lejano. Lo único que importaba estaba al otro lado de esa puerta.

  Cada vez que cerraba los ojos, veía el cuerpo destrozado de Luna en el campo de batalla, la sangre manchando la nieve como un sacrificio olvidado. Veía su mirada antes de caer, ese fuego inquebrantable en sus ojos rojos, como si supiera que su vida estaba colgando de un hilo… y aún así no tuviera miedo.

  Joás apretó los dientes.

  Marcus no se había quedado. Maelis seguía inconsciente. Elian estaba demasiado ocupado supliendo a Luna en el mando. Pero él estaba ahí.

  Y si Luna moría…

  No entendía por qué le afectaba tanto, por qué sentía que perderla sería como perder algo irremplazable. Era como si ella fuera lo más importante que tenía… pero ?por qué?

  Una punzada lacerante explotó en su cabeza. Dolor. Un torrente de imágenes distorsionadas, vagas, fugaces. Una mujer. Su rostro borroso, su voz un susurro en el viento, una sensación de calidez en su pecho, tan familiar… y, al mismo tiempo, inaccesible.

  ?Quién era ella?

  Entonces, un sonido sordo. Algo pesado golpeó el suelo dentro de la sala.

  Un escalofrío helado le recorrió la espalda.

  Algo iba mal.

  Se enderezó de inmediato, con los músculos tensos como si estuviera listo para lanzarse al combate de nuevo. Su mirada se fijó en la puerta como si pudiera atravesarla con la vista.

  El silencio del otro lado fue lo peor.

  La puerta finalmente se abrió, y Magnar salió. Parecía un hombre que acababa de librar una guerra. El sudor perlaba su frente, sus manos temblaban ligeramente, y su mirada reflejaba el peso de haber estado al borde del fracaso.

  Entonces vio a Joás.

  El joven estaba de pie en el pasillo, mirándolo con el corazón latiéndole en la garganta, como si esperara una sentencia de muerte.

  Magnar suspiró y sacudió la cabeza.

  —?Eres el único aquí en este momento?

  Joás ignoró la pregunta. Sus labios estaban secos cuando susurró una súplica desesperada:

  —?Cómo está Luna?

  Magnar lo observó por un momento.

  Luego, con voz grave y cansada, respondió:

  —No te preocupes… ella está bien. Fue difícil, casi imposible, pero sobrevivió. Es un milagro que siga viva. Está estable, pero necesitará cuidados intensivos. La vigilaremos de cerca.

  Joás se desplomó de rodillas.

  Toda la tensión, la ira, el miedo y la angustia que había estado conteniendo se evaporaron de golpe, dejándolo vacío, sin fuerzas.

  Magnar frunció el ce?o, sorprendido por su reacción.

  —?Estás bien?

  Joás asintió sin mirarlo. Sus ojos ardían.

  —?Puedo verla?

  Magnar asintió.

  No necesitó decir nada más. Joás salió disparado, como si su vida dependiera de ello, y ahí la vio , Su cuerpo parecía frágil sobre la camilla, cubierto de vendajes y conectado a varios dispositivos que monitoreaban su estado. Su piel, normalmente vibrante, tenía un tono pálido, y su respiración era tan suave que por un momento temió que pudiera desaparecer en cualquier instante.

  El pecho de Joás se tensó. Ella estaba viva… pero a qué costo.

  Se dejó caer pesadamente en un sillón junto a la cama, sin apartar los ojos de ella. Se sentía extra?o… vacío.

  La puerta se abrió.

  Los primeros en entrar fueron varios soldados de su facción. Sus rostros endurecidos por la batalla ahora reflejaban preocupación genuina. Algunos se acercaron a la cama y dejaron peque?os objetos: un amuleto de la suerte, una peque?a placa de identificación, incluso una flor marchita encontrada en los escombros. Ninguno hablaba mucho. No hacía falta. Eran guerreros, y esta era su forma de mostrar respeto.

  Poco después, los habitantes de la colonia llegaron en peque?os grupos. No eran soldados, pero Luna era su protectora, la líder que los había defendido cuando la muerte acechaba. Sus rostros mostraban más que gratitud: mostraban miedo. Miedo a perderla.

  Elian y Elira fueron los siguientes.

  Elian se detuvo junto a la cama, observándola en silencio, su expresión llena de culpa y preocupación.

  —Ella es más fuerte de lo que parece —dijo, aunque su voz traicionaba su intento de mantenerse firme.

  Elira, por su parte, posó una mano en el hombro de Luna y cerró los ojos unos segundos, como si le enviara una silenciosa plegaria.

  —Que los dioses no sean crueles con ella —susurró.

  Por último, un ni?o apareció en la puerta.

  Era delgado, de cabello negro y ojos marrones llenos de curiosidad y miedo. En sus manos llevaba un peque?o artefacto hecho de metal y engranajes, una de sus muchas creaciones.

  Joás lo reconoció de inmediato.

  Eliot.

  El ni?o no se acercó al principio. Miraba a Luna desde la distancia, como si temiera que su sola presencia pudiera hacerle da?o.

  —Vamos, Eliot, ella no te va a morder —dijo Joás, intentando sonar relajado.

  Eliot vaciló antes de dar un par de pasos adelante y colocar el peque?o artefacto sobre la mesita junto a la cama.

  —Es… es un búho mecánico —murmuró con su voz tímida—. No hace mucho, pero… mueve las alas cuando siente calor.

  Joás arqueó una ceja.

  —?Calor?

  Eliot asintió.

  —Cuando Luna despierte y vuelva a ser ella misma, el búho se moverá. Eso significa que está bien…

  Joás lo miró, sorprendido por la lógica infantil pero extra?amente poética.

  —Buen trabajo, genio —le dijo, y Eliot sonrió un poco antes de salir corriendo.

  La habitación quedó en calma otra vez.

  Joás se quedó ahí, solo con Luna, con la única compa?ía del suave sonido de su respiración y el parpadeo de las máquinas. El cansancio empezó a pesarle en los párpados, la tensión abandonando sus músculos poco a poco.

  Y entonces, sintió un leve movimiento.

  Un susurro, apenas audible.

  —…Joás…

  Sus ojos se abrieron de golpe.

  Luna estaba despierta.

  Su mirada estaba nublada, somnolienta, como si estuviera atrapada en un sue?o del que aún no podía escapar del todo. Pero lo reconoció.

  Joás se inclinó hacia ella, su corazón acelerado.

  —Tú… ?cómo te sientes?

  Luna lo miró con pesadez, su cuerpo dolía en cada fibra. Se sentía como si el peso del mundo entero la hubiera aplastado.

  —Terrible… como si me hubiera arrollado el mundo entero —murmuró con una voz apenas audible.

  Intentó moverse un poco, pero una punzada de dolor la hizo fruncir el ce?o. Su cuerpo no respondía como ella quería. Suspiró y dirigió su mirada a Joás.

  —?Qué pasó? ?Cómo están todos?

  Joás bajó la mirada. Su expresión, normalmente relajada y despreocupada, estaba marcada por un agotamiento que no solo era físico, sino también emocional.

  —Ese maldito se fue… —dijo con voz grave, casi escupiendo las palabras—. Después de haber provocado toda esta masacre, simplemente desapareció. Como si alguien le hubiera ordenado retirarse.

  Su pu?o se cerró con fuerza sobre su propia pierna.

  —?Y los demás? —insistió Luna, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.

  Joás tardó un momento en responder. Su mirada tenía un peso que ella nunca antes le había visto.

  —Aún vivos… la mayoría. —Su voz sonaba extra?amente amarga—. Pero el panorama es devastador. Se perdieron muchas vidas, los da?os son terribles y los heridos… están por montones.

  Hizo una pausa y, en un intento desesperado por recuperar su tono habitual, esbozó una sonrisa ladeada.

  —Van a estar muy ocupados supongo…

  Pero Luna lo veía. La forma en que su sonrisa no alcanzaba sus ojos.

  él estaba sufriendo.

  El silencio entre ambos se volvió pesado.

  Luna lo observó en silencio antes de murmurar con suavidad:

  —Entiendo…

  Se acomodó con dificultad, sin apartar la vista de Joás.

  —Pero, Joás… ?por qué estás aquí? —preguntó con voz más baja—. No deberías estar con Eliot… o en otro lado.

  Joás la tomó de la mano.

  El gesto la tomó por sorpresa. Sus dedos eran cálidos a pesar de las llamas que solía portar, pero lo que más la desconcertó fue la forma en que temblaban.

  Cuando sus miradas se encontraron, Luna sintió que algo en su pecho se encogía.

  Joás no era el hombre que ella conocía. No era el despreocupado e imprudente payaso que parecía no tomarse nada en serio.

  No.

  El hombre que tenía enfrente era uno devastado por la idea de perderla.

  Joás suspiró, como si estuviera rindiéndose ante algo que ni él mismo entendía.

  —No puedo… no estar aquí contigo.

  Su voz sonó cruda, real, sin rastro de burla.

  —Cuando te vi en ese estado, al borde de la muerte… sentí como si el mundo se derrumbara. No sé por qué. No sé qué significa. Pero lo único que sabía en ese momento era que tenía que estar aquí.

  Luna sintió su corazón latir con más fuerza.

  Joás dejó escapar una carcajada seca, burlándose de sí mismo.

  —Corrí tan rápido como pude, como si con solo estar aquí pudiera evitar que murieras. Como si mi presencia bastara para protegerte de la muerte. Pero no soy un dios, ni un salvador… ni siquiera sé qué demonios soy.

  Volvió a mirarla con una intensidad que hizo que Luna sintiera que su piel ardía.

  —Lo único que sé… es que tenía que verte. Tenía que saber que estabas bien.

  Luna apartó la mirada de golpe. Su pecho estaba agitado, su mente confundida.

  ?Qué demonios estaba pasando?

  ?Por qué… por qué esas palabras la afectaban tanto?

  Joás no era así. él era un idiota. Un irresponsable.

  Pero el hombre que ahora tenía frente a ella había rasgado esa máscara de sarcasmo y arrogancia.

  él realmente… realmente había temido perderla.

  El calor en su rostro aumentó, y sin saber qué hacer, se giró ligeramente, evitando que él notara el leve sonrojo que había aparecido en sus mejillas.

  —…Tonto —murmuró en voz baja, tan suave que ni siquiera estaba segura de si él la había escuchado.

  Joás la observó, y por primera vez en mucho tiempo, no supo qué decir, luego como si hubiera vuelto en si se dejo caer en el sofá y mirando al techo sonrió mientras decía – Supongo que si soy un tonto –

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