Moviéndose con rapidez entre los pasillos estrechos, ba?ados por la luz rojiza de las alarmas, Luna avanzaba con paso firme. El eco de las sirenas se mezclaba con las voces entrecortadas de quienes se apresuraban para cumplir con sus tareas, conscientes de que cada segundo perdido podría significar la diferencia entre la vida y la muerte. El aire estaba cargado de tensión, y en medio de ese caos, Luna escoltaba a Joás con un pu?ado de sus hombres, dirigiéndose a su celda.
La situación era crítica. Las criaturas estaban cerca, y la batalla inminente se cernía sobre los muros de la colonia, como una sombra voraz. A pesar de la gravedad del momento, Joas rompió el silencio con una voz despreocupada, te?ida de una curiosidad casi burlona:
—?Qué está pasando, Luna? ?Por qué todos parecen tan aterrados?—
Luna lo miró de reojo, sin detenerse, su semblante marcado por la dureza que solo aquellos que han visto demasiada muerte pueden portar.
—Nos atacan... Un enjambre de monstruos avanza hacia nosotros. Más de los que jamás habíamos visto. Por eso la alarma... por eso el miedo—
Joas esbozó una sonrisa torcida, una chispa de diversión danzando en sus ojos.
—Vaya... ?y no quieren que los ayude a pelear? Al fin y al cabo, soy su mejor arma contra esas cosas. Soy el enemigo natural de este mundo condenado al frío eterno–
Sus palabras flotaron en el aire como una verdad incómoda. Los hombres que los escoltaban intercambiaron miradas furtivas, incapaces de ignorar que, a pesar de lo peligroso que era, Joas podía ser su salvación. Pero la traición latía en su sangre, y confiar en él era una apuesta demasiado arriesgada.
Luna no se detuvo, ni siquiera aminoró el paso. Su voz cortante quebró la tensión:
—No te necesitamos, Joas. Sobreviviremos por nuestra cuenta... Y nada nos asegura que no huyas a la primera oportunidad—
El prisionero guardó silencio por un instante, antes de soltar una risa baja y amarga que reverberó entre las paredes metálicas.
—Ya te lo dije, Luna... No voy a escapar. Pero está bien... Guarden su orgullo. Solo recuerden esto: cuando estén al borde de la muerte, cuando sus cuerpos estén rotos y su esperanza hecha cenizas... yo seguiré aquí. Su mejor arma... esperando a ser usada—
Con este pensamiento, Luna se dirigió hacia la muralla central, donde Marcus y Maelis daban instrucciones, preparando las defensas. La brisa helada que se filtraba por las grietas del muro traía consigo el eco distante de las criaturas que se agazapaban en la penumbra.
Al reunirse con ellos, Luna pidió un informe de la situación. Maelis, con una expresión de ira grabada en su rostro marcado por cicatrices, se?aló hacia el ejército del horror que se desplegaba en la lejanía. Caminantes, Jotuns y Engendros formaban filas, ordenados con una precisión antinatural, como si fueran soldados entrenados en lugar de bestias.
Pero lo más perturbador se alzaba al fondo: tres figuras destacaban entre la multitud. Un hombre de traje, con la piel pálida como la nieve, el cabello blanco como el hielo y ojos completamente azules, observaba la colonia con una calma inquietante. A su lado, dos seres altos y delgados, sus cuerpos esculpidos en hielo, con rostros demoníacos y extremidades afiladas. Sus miradas grises y vacías parecían perforar el alma, carentes de toda humanidad.
—Como puedes ver, Luna... —gru?ó Maelis, con la rabia hirviendo en su voz—. Esos malditos son demasiados... Pero lo que más me enfurece es que solo están ahí... observándonos. Como si jugaran con nosotros... como si nos dieran tiempo para defendernos.
Marcus, el líder de la colonia, permanecía impasible, su rostro frío y calculador. Con una voz firme, se dirigió a Luna:
—Bien, Luna. Quiero que tú y los exploradores se unan al cuerpo de batalla cuerpo a cuerpo... y los líderes solo actuarán cuando dé la orden. Maelis se unirá a ti después... Primero necesitamos organizarnos bien.
Luna asintió, donde se desvaneció y se organizó con sus hombres, preparada para la batalla. Cada instante se sentía eterno. La masacre podía estallar en cualquier momento. Junto a Marcus y Maelis, se incorporó Elira, quien se dirigió al hombre imponente con sus ojos rojos intensos postrados en el ejército enemigo.
—Las defensas están ajustadas... y logramos levantar las barricadas en la colonia, tal como lo ordenaste —informó con voz tensa.
Marcus asintió, ordenándole que se reuniera con los demás en la torre central, a la espera de noticias. Cuando Elira se disponía a marcharse, una voz quebró la quietud... fría, arrogante, resonando con un eco que vibraba en cada rincón de la colonia como un lamento espectral.
—Oh... criaturas patéticas... Es emocionante verlos ordenarse y preparase para morir —La voz del hombre de traje se deslizó por el aire como una garra invisible que oprimía el pecho—. Me han ordenado destruirlos... pero no seria divertido matarlos yo mismo eso no seria emocionante. En cambio el verdadero placer... está en ver cómo se quiebran... cómo la esperanza se desangra lentamente de sus corazones...
La sonrisa se ensanchó, aunque nadie la veía, pero todos podían sentirla.
—Así que les daré una oportunidad... Luchen... Defiéndanse con u?as y dientes... y cuando sus cuerpos estén destrozados... cuando sus gritos ahoguen la noche... yo estaré observando... disfrutando de cada lamento, de cada lágrima. Mis chambelanes se encargarán de que su agonía dure lo suficiente para que esto sea divertido...
El silencio que dejó su voz fue peor que cualquier grito. Los hombres se miraban entre sí con el pánico goteando de sus ojos. Entonces Marcus dio un paso al frente, su voz estallando como un trueno, rasgando la opresión que pendía sobre ellos.
—?Escúchenme bien! ?No somos juguetes de ese bastardo! Somos hombres y mujeres que han sobrevivido al infierno una y otra vez. ?Nos levantamos de entre los cadáveres y hemos protegido esta colonia con nuestras propias manos! ?Cada uno de ustedes ha visto la muerte... y aún así siguen aquí!
Marcus alzó la espada al cielo, su voz ardía con la fuerza de un incendio imposible de sofocar.
—?No nos quebrarán! ?No les daremos el placer de vernos suplicar! ?Lucharemos con furia, con honor y con odio en nuestros corazones! ?Que esta noche los monstruos aprendan que los hijos del frío no caen sin hacer sangrar a sus verdugos!
Un rugido de guerra brotó de las gargantas de los soldados, transformando el miedo en una furia febril. La colonia se preparaba para recibir la muerte... pero si la muerte venía, no se la llevaría sin pagar un precio, ya todos en sus lugares, preparados para la gran batalla por la supervivencia de la colonia.
Pero antes de notarlo vieron como el cielo se desgarró con un silbido mortal. Una lluvia de espinas de hielo descendió como el presagio de una muerte inminente, atravesando la densa neblina nocturna antes de estrellarse contra los muros de la colonia. Las letales estacas se clavaron en la carne de los tiradores apostados, perforando torsos y cráneos con facilidad. Algunos quedaron empalados en grotescas posturas, sus cuerpos retorcidos convulsionando mientras la vida se les escapaba entre estertores gélidos. La nieve se ti?ó de rojo.
El caos se desató cuando los Errantes emergieron de la penumbra, su resplandor espectral danzando con la luz del fuego que consumía la muralla. Se lanzaron sobre los soldados como una horda de bestias rabiosas. Mordieron con ferocidad, desgarrando carne y congelando extremidades con cada dentellada. Un grito aterrador se alzó cuando un soldado miró su brazo, ahora convertido en una masa de hielo fracturado. Antes de que pudiera reaccionar, una criatura le arrancó la garganta de un mordisco, esparciendo una fuente de sangre caliente sobre la nieve congelada.
Las torretas rugieron, lanzando torrentes de fuego que devoraron a los Errantes en un chisporroteo de carne helada. Pero la amenaza no terminaba ahí. Desde la negrura de la tormenta, algo aún peor aparecieron
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Jotuns.
Monstruos que parecía salido de una pesadilla. Sus pieles negras y áspera estaban cubierta de espinas letales, su siluetas se alzaba como un titán en la penumbra. Su andar era un estruendo de garras de acero golpeando el hielo, cada paso un presagio de muerte. Con un rugido que hicieron temblar los huesos de los combatientes, se encorvaron y disparó una ráfaga de espinas. Cientos de proyectiles atravesaron el aire, perforando blindajes y cuerpos con una facilidad aterradora. Un soldado cayó de rodillas, su pecho atravesado por varias púas, mientras su sangre hervía en el hielo.
Y entonces, una bestia aún mayor emergió de la tormenta.
un engendro de escarcha
Su torso humanoide se contorsionaba de manera antinatural, con sus antenas buscando víctimas como látigos vivientes. Su cola colosal, coronada con tres aguijones mortales, se alzó sobre su cabeza como un verdugo dispuesto a ejecutar su sentencia. Con un chasquido seco, descargó un torrente de escarcha y frío sobre las torretas, cubriéndolas de hielo y apagando sus llamas con un siseo desesperado. Las defensas habían sido silenciadas.
Pero la colonia no se rendiría.
Las puertas se abrieron de golpe y un rugido de guerra retumbó en el aire. La Guardia del Hielo y los soldados de cuerpo a cuerpo irrumpieron en el campo de batalla, sus armas envueltas en llamas, chocando contra el frío letal del enemigo. El choque de acero y hielo resonó en la tundra.
Luna Starfire lideró la carga como una diosa de la guerra. Su katana en llamas cortaba en arcos de fuego, partiendo a los Errantes en dos con cada tajo. Uno de ellos intentó abalanzarse sobre ella, pero con una velocidad inhumana, giró sobre sí misma y atravesó su cráneo de un solo golpe. El cuerpo de la criatura se desmoronó en cenizas humeantes. Su pistola ladró fuego cuando un grupo de Errantes intentó rodearla, cada bala incendiaria explotando dentro de sus cuerpos, derritiéndolos desde adentro hasta convertirlos en cadáveres carbonizados.
Maelis avanzó como una monta?a en llamas. Sus guantes ardientes crujieron cuando atrapó la cabeza de un Errante y la aplastó con un solo movimiento, esparciendo fragmentos de hueso y carne. Un segundo enemigo saltó sobre él, pero lo recibió con un gancho de fuego que le arrancó la mandíbula en una explosión de sangre y cenizas. Su risa grave resonó mientras desgarraba otro enemigo por la mitad con un golpe brutal, lanzando su torso aún retorciéndose contra la nieve ennegrecida.
Elian se movía con una ferocidad salvaje. Su escopeta rugía con cada disparo, enviando llamaradas letales que redujeron a los Errantes a antorchas vivas. Pero cuando la munición se agotó, sonrió de forma peligrosa y encendió la motosierra acoplada a su arma. La nieve se ti?ó de rojo cuando cercenó a un enemigo de un solo tajo, la sangre evaporándose al contacto con el acero incandescente. Un Errante intentó atacarlo por la espalda, pero giró con una velocidad brutal y le hundió la motosierra en el torso. La criatura se convulsionó, gimiendo en un tono inhumano antes de ser partida en dos.
El campo de batalla era un infierno de fuego y hielo, de gritos de guerra y alaridos de agonía. Pero la lucha estaba lejos de terminar. Un gru?ido gutural se alzó sobre el estruendo y Jotun disparó otra ráfaga de espinas, alcanzando a varios soldados que cayeron al suelo, desangrándose en la nieve. Y entonces, el coloso engendro cargó hacia la línea de batalla, su cola levantándose para desatar su letal tormenta helada.
Luna, Maelis y Elian se miraron por un instante. No hicieron falta palabras..El suelo vibró cuando el Engendro de Escarcha avanzó hacia ellos. Su presencia era una pesadilla hecha carne: un coloso cubierto de hielo translúcido, sus ojos vacíos como pozos de muerte. Su aliento exhalaba una ventisca cortante, y su cola con aguijones helados se alzó para atacar.
Luna se adelantó con pasos firmes, su expresión inmutable. Fría. Precisa. Sus ojos rojos brillaron con intensidad calculadora mientras analizaba los movimientos de la bestia.
—Elian, apunta a las articulaciones. Maelis, rompe su guardia—,
ordenó con una voz tan gélida como la tormenta que los rodeaba.
Elian no dudó. Cargó su escopeta y disparó directo a las rodillas del monstruo, las balas incendiarias impactaron contra el hielo, haciendo que este se resquebrajara. Maelis, con un rugido de pura furia, cargó como un torbellino de destrucción. Sus guantes en llamas se estrellaron contra el torso de la bestia, haciendo que la criatura soltara un chillido espeluznante. Golpeó sin descanso, cada impacto era un estruendo de carne y fuego contra el hielo maldito.
El Engendro de Escarcha rugió, pero antes de poder contraatacar, Luna desapareció de su vista en un destello. En el aire, su katana en llamas trazó un arco letal y, con un tajo impecable, cercenó la cola del monstruo. Un chorro de escarcha brotó de la herida mientras la bestia se retorcía de dolor.
-Ahora, termínenlo-, ordenó Luna sin cambiar de expresión.
Elian disparó directo al rostro del Engendro, rompiendo su cráneo en fragmentos sangrientos. Maelis, con una carcajada desquiciada, asestó un último golpe brutal al torso de la criatura, partiendo su cuerpo en dos en una erupción de llamas y sangre congelada.
El monstruo cayó con un último estertor gélido, y con él, un silencio momentáneo se apoderó del campo de batalla. El hedor a carne quemada y sangre helada flotaba en el aire. Luna limpió su katana con un movimiento preciso, la hoja aún chisporroteando con los restos de sus víctimas. Sus ojos rojos destellaron bajo la luz del fuego cuando giró sobre sus talones.
—Sigamos. Aún no hemos terminado–
Pero el destino no les daría tregua.
Un escalofrío recorrió el aire cuando, como si emergiera de la misma oscuridad, una presencia se manifestó tras ella. De la nada, un Chambelán apareció a su espalda, su silueta grotesca retorciéndose en la penumbra. Su voz resonó como el crujir de huesos quebrándose, te?ida de un deleite enfermizo.
—Esto puede ser más divertido de lo que pensé...—
Antes de que Luna pudiera reaccionar, una ráfaga de extremidades deformes se lanzó sobre ella. Bloqueó con su katana, pero la fuerza inhumana del golpe la hizo volar por los aires. Su cuerpo atravesó las filas de combatientes, derribando a algunos en el proceso, hasta que aterrizó pesadamente entre una horda de Caminantes.
Los cadáveres vivientes se agitaron, sus bocas abiertas en muecas de hambre infinita. Pero justo cuando sus garras estaban a punto de desgarrarla, la voz del Chambelán rasgó el aire como un látigo invisible.
—No la toquen. Es mía—
Los Caminantes se detuvieron en seco, temblando como si la propia muerte les hubiera susurrado al oído. Sus ojos vacíos se clavaron en Luna, pero ninguno osó moverse.
Desde la distancia, Elian vio la escena y su sangre se heló.
—?Luna! —gritó, intentando correr hacia ella, pero una mano firme lo detuvo.
Era Maelis.
—Preocúpate por nosotros primero–
Elian iba a protestar, pero sus palabras murieron en su garganta cuando lo vio.
El otro Chambelán estaba allí.
Su silueta era menos grotesca, más refinada, pero no por ello menos terrorífica. Su sonrisa era una grieta en la realidad, un abismo de intenciones insondables. Su voz, un susurro gélido que serpenteó entre ellos como una hoja de cuchilla.
—Bueno... yo me ocuparé de ustedes, caballeros—
A su alrededor, la temperatura descendió bruscamente, y la sombra de la muerte se cernió sobre ellos.
El aire alrededor de Luna se volvió pesado, gélido. Un frío antinatural reptó por su piel mientras el Chambelán la observaba con su rostro deforme, una máscara de locura congelada en una sonrisa retorcida. Sus ojos, dos pozos de oscuridad, brillaban con un brillo cruel mientras lamía el aire con una lengua larga y bífida.
—Tienes una arma interesante ni?a... —murmuró con una voz como hielo quebrándose—. Será un placer...destruirla
Con un crujido espantoso, sus brazos se alargaron y se transformaron en dos espadas de hielo puro, relucientes como cuchillas malditas.
Luna no dijo nada. Solo se acomodó en guardia, su katana llameante resplandeciendo como una antorcha en la oscuridad.
Y entonces, el monstruo se movió.
En un parpadeo, estaba sobre ella. Su velocidad era inhumana, un borrón de sombras y escarcha que se deslizaba como un espectro letal. Luna apenas tuvo tiempo de alzar su espada para bloquear, y cuando el acero en llamas chocó contra la hoja helada, una explosión de vapor envolvió el campo de batalla.
?CRACK!
El impacto la obligó a retroceder varios metros, sus botas dejando surcos en el hielo. El Chambelán no le dio tregua. Sus movimientos eran salvajes pero precisos, lanzando tajos en una ráfaga mortal. Luna esquivó el primero inclinándose hacia atrás, el filo pasó a centímetros de su cuello. Saltó hacia un lado, pero la segunda hoja ya venía, obligándola a bloquear de nuevo.
El choque envió un escalofrío ardiente por su brazo. La helada comenzó a recorrer su katana, extendiéndose hacia su mano. Luna apretó los dientes y canalizó más energía en su arma. Las llamas rugieron y disiparon la escarcha en un siseo furioso.
—Vas a tener que intentarlo mejor–
El Chambelán se rió con un sonido hueco y distorsionado. Luego, giró sobre sí mismo como un torbellino y lanzó un tajo descendente. Luna lo desvió en el último segundo, pero el impacto levantó una ráfaga de viento helado que la hizo trastabillar.
Aprovechando su titubeo, el monstruo golpeó el suelo con una de sus espadas y lanzó una oleada de estalactitas de hielo. Luna saltó hacia atrás, pero una de ellas atravesó su muslo, clavándola al suelo.
El dolor fue un estallido ardiente.
—Parece que estas en problemas —susurró el Chambelán, acercándose lentamente, levantando su espada para el golpe final.
Luna respiró hondo. Sabía que estaba perdiendo.
Elian y Maelis se mantuvieron firmes mientras el otro Chambelán se acercaba con paso elegante, con una expresión serena en su rostro grotesco. Su piel azulada parecía tallada en hielo, y sus ojos, inexpresivos, analizaban a ambos como si fueran simples piezas de un tablero de ajedrez.
—Debo admitirlo, ustedes son guerreros formidables. Pero la brutalidad sin estrategia… es tan aburrida–
Sin previo aviso, alzó una mano y el suelo bajo ellos se rompió. Una decena de estacas de hielo emergieron de la nada, afiladas como lanzas.
—?Muévete! —gritó Maelis, empujando a Elian justo cuando una estaca surgía donde él estaba parado.
Elian rodó y disparó su escopeta hacia el Chambelán. Las balas incendiarias explotaron en su torso, pero el monstruo ni siquiera titubeó. Con un simple gesto, el hielo en su piel absorbió las llamas, apagándolas en un parpadeo.
—Interesante. Pero ineficaz–
Maelis rugió y avanzó, sus guantes en llamas crepitando con furia. Arrojó un pu?etazo brutal directo al rostro del Chambelán, pero este simplemente inclinó la cabeza a un lado, esquivando con elegancia.
—Demasiado predecible—
El Chambelán extendió la mano y, sin tocarlo, hizo que estacas de hielo emergieran justo debajo de Maelis, golpeándolo en el torso y arrojándolo al aire.
?THUD!
El guerrero corpulento cayó pesadamente, escupiendo sangre. Antes de que pudiera incorporarse, el Chambelán apareció sobre él en un instante, levantando su pu?o helado.
—Fin del juego–
?CRACK!
El pu?etazo impactó contra el suelo cuando Maelis logró moverse en el último segundo, rodando hacia un lado. Pero apenas logró ponerse de pie, el Chambelán ya estaba sobre él otra vez, golpeándolo en el estómago con una fuerza sobrehumana.
?WHAM!
El aire escapó de los pulmones de Maelis. Sus rodillas cedieron y cayó sobre un charco de su propia sangre.
Elian, aún en combate, intentó atacar por la espalda, encendiendo la motosierra de su escopeta y lanzándose con un tajo descendente. Pero el Chambelán giró con un movimiento fluido y, con una sola mano, atrapó la motosierra en pleno giro.
Elian sintió la presión antes de que su arma se congelara en un parpadeo.
—Una ejecución tan tosca... —murmuró el Chambelán.
Y con un simple apretón, el hielo cubrió la motosierra y la hizo a?icos en un estallido de escarcha.
Elian saltó hacia atrás, maldiciendo, pero el Chambelán solo sonrió.
—Deben entender algo… no están luchando contra meros monstruos.
Hizo un gesto con la mano y una ola de estacas de hielo emergió del suelo, rodeándolos como un bosque letal.
—Están luchando contra la inevitabilidad—
Maelis y Elian estaban atrapados. Sin escapatoria.
Y lo peor de todo, sabían que estaban perdiendo.