El crepitar de las llamas iluminaba los rostros atónitos de los sobrevivientes. El cadáver humeante del Jotun yacía ante ellos, una monta?a de hielo derretido y carne chamuscada. El hombre que había surgido de la inconsciencia ahora se mantenía de pie, con la mano aún envuelta en fuego, observando sin ninguna emoción el cadáver del monstruo.
Luna, recuperando la compostura, envainó su espada y se acercó con cautela. Sus ojos reflejaban una mezcla de desconfianza y asombro. Con un gesto, ordenó al resto del grupo que bajara las armas mientras se posicionaba detrás del desconocido, quien, hasta ese momento, parecía no haber notado o simplemente ignorado la presencia de los demás.
—?Quién eres? —preguntó con voz firme, irradiando seguridad.
El hombre parpadeó, como si la pregunta lo hubiera despertado de un sue?o profundo. Miró su propia mano en llamas y, con un gesto de desconcierto, cerró el pu?o, extinguiendo la llama que aún ardía en su piel.
—Joás. Un gusto conocerlos —respondió con una voz firme y burlona, ??mientras se acercaba al grupo, observándolos con curiosidad, como si fuera una rareza que despertaba su interés.
Elián, con el ce?o fruncido, avanzó unos pasos, pero manteniendo una distancia prudente.
— ?Cómo es posible que hayas sobrevivido aquí? —inquirió con sospecha—. ?Y de dónde provienen esas... habilidades? ?Qué demonios eres?
Joás sonando con aire divertido, destellos juguetones brillaban en su mirada mientras dirigía su atención a Elián.
—Al parecer, soy su salvador —dijo con una mueca de superioridad—. Aunque, para ser honesto, solo eliminé a esa criatura porque se interpuso en mi camino. En cuanto a mis habilidades... Bueno, no estoy seguro. Es algo tan natural para mí como respirar, supongo. ?Ustedes no pueden hacer brotar fuego de sus cuerpos?
Para enfatizar su punto, alzó una mano y dejó que una peque?a llama danzara en la yema de sus dedos, observando con evidente burla las reacciones de los demás.
Luna intercambió una mirada con Elián, buscando en sus ojos alguna se?al de cómo proceder. La desconfianza flotaba en el aire, pero también lo hacía la necesidad de respuestas.
—?De dónde vienes, Joás? —preguntó Luna, manteniendo su tono firme, pero procurando no aumentar la tensión.
Joás dejó escapar una breve risa, casi sarcástica.
—De ningún lugar en particular. He estado... vagando. Buscando a un compa?ero que se perdió y aún no ha regresado. Más específicamente, un ni?o. Es un poco travieso y descuidado. Díganme, ?de casualidad han encontrado algún ni?o en su camino?
Elián frunció aún más el ce?o, sin apartar la vista de Joás.
—?Un ni?o? —repitió con incredulidad—. ?Esperas que un ni?o haya sobrevivido en este infierno helado? Lo único que encontraría aquí sería una muerte segura, ya sea por congelación o por las garras de los monstruos de hielo. Y aun así... ?tienes la esperanza de que esté vivo?
El silencio que siguió fue tan gélido como el mundo que los rodeaba. Pero en los ojos de Joás, había una chispa, una certeza inquebrantable, como si la duda jamás hubiera sido una opción.
Unauthorized usage: this narrative is on Amazon without the author's consent. Report any sightings.
La expresión de Joás cambió de repente, volviéndose seria y amenazante.
—No te pregunté tu estúpida opinión. ?Acaso la pregunta fue tan difícil de entender? ?Vieron o no vieron a un ni?o? ?O es que tu diminuto cerebro no fue capaz de comprenderla?
Los dos hombres se encararon, sus miradas cargadas de tensión. El ambiente se volvió pesado, con la amenaza latente de que la situación estallara en una pelea. Los compa?eros de Elián posaron las manos sobre sus armas, listos para intervenir si era necesario.
Viendo el peligro de la situación, Luna se interpuso entre ambos y levantó una mano para calmar a su grupo.
—Relájense, no es momento para esto —ordenó. Luego miró a Elián con firmeza—. Aléjate y deja que yo hable.
Elián frunció el ce?o, pero obedeció de mala gana. Luna volvió su atención a Joás, midiendo sus palabras con cuidado.
—Disculpa a mi compa?ero, está tan tenso como todos nosotros. Nuestra expedición no ha salido como esperábamos y hemos perdido a muchos de los nuestros. Pero no, no hemos visto a ningún ni?o en nuestro camino. Lamento no poder ayudarte.
Joás relajó su postura y se apartó ligeramente. Luna notó que su grupo también comenzaba a relajarse, aunque la cautela permanecía.
—Mira, Joás —continuó ella—, estamos agradecidos por tu ayuda con el Jotun, pero necesitamos saber si podemos confiar en ti. Ya hemos perdido demasiado, y lo último que necesitamos es otro problema.
Joás la miró directamente a los ojos, su expresión ahora serena.
—La confianza es un lujo en estos tiempos —dijo—. No espero que confíen en mí. Pero, por ahora, nuestros intereses se alinean. Propongo que aprovechemos eso.
Luna asintió lentamente.
—De acuerdo. Pero mantendremos los ojos abiertos.
Joás esbozó una sonrisa burlona.
—Como debe ser.
Luna decidió presentarse formalmente.
—Me llamo Luna Starfire. Soy la líder de este grupo. El grandote de allá es Elián, mi segundo al mando. Y estos son mis compa?eros del grupo de exploración.
Joás inclinó levemente la cabeza y sonrió.
—Mucho gusto. Me llamo Joás. Un placer conocerlos a todos.
Elián, con evidente escepticismo, cruzó los brazos y miró a Luna.
—Muy lindo todo, pero ?qué vamos a hacer con nuestras celdas de energía? Se agotan y no tenemos reservas.
El grupo se sumergió nuevamente en la preocupación. Pero antes de que Luna pudiera responder, Joás dio unos pasos despreocupados hasta Elián y tocó la celda de energía de su traje. Una luz intensa emanó de su palma, y la celda se recargó completamente. Los exploradores observaron la escena con incredulidad.
Joás, con una sonrisa ladeada, se dirigió a los demás.
—Vamos, acérquense y muéstrenme sus celdas de energía. Se las recargaré. Así se ahorrarán un problema.
Luna soltó una carcajada incrédula.
—Al parecer, eres más útil de lo que pensé, Joás. —De repente, su expresión se tornó seria—. Y también mucho más valioso.
El grupo alzó sus armas, apuntándolo.
—Por favor, coopera con nosotros —dijo Luna, desenfundando su espada—. No quiero hacerte da?o, pero vendrás con nosotros.
Joás no se inmutó.
—Interesante —dijo con tono despreocupado—. Pero para que yo vaya con ustedes, tendrán que ayudarme a encontrar al ni?o que busca. Así, todos conseguimos lo que queremos.
Luna dudó por un instante. Elián expresó lo que todos pensaban.
— ?Y cómo sabemos que no nos vas a atacar? ?Y cómo piensas encontrar un ni?o en esta ciudad helada?
Joás llamó la atención y se?aló el detector de calor en la cintura de Luna.
—Con eso. Si el ni?o está cerca, lo encontrará.
Luna miró el dispositivo, meditando sus palabras.
—Es cierto... —musitó—. Si está con vida, el detector podría captar su firma térmica.
Suspiró y miró a su equipo.
—Aceptamos. Pero si intentas algo, Joás, te mataré sin dudarlo.
Joás volvió a sonreír.
—No es necesario, Luna. No tengo intención de traicionarlos. Solo necesito encontrar al ni?o. Después, los seguiré hasta su colonia y veremos qué sucede.
Aunque la tensión seguía en el aire, Luna sabía que no tenían otra opción. La prioridad era encontrar al ni?o y llevar de regreso una fuente de energía para la colonia.
—Entonces, síganme —ordenó, se?alando el horizonte helado.
El grupo avanzó, el crujido de la nieve resonando en la inmensidad blanca. Joás caminaba esposado y rodeado por los exploradores, mientras Luna y los demás lo vigilaban de cerca.
El verdadero desafío apenas comenzaba.