Desde el amanecer de la civilización, los humanos han alzado sus manos hacia los cielos, suplicando a seres invisibles que solucionen sus miserias. Salud, riqueza, amor… como si los dioses no tuvieran nada mejor que hacer que escuchar los lloriqueos de criaturas que ni siquiera son capaces de limpiar su propia mierda. Lo más patético es que creen que un par de oraciones pueden lavar sus pecados, como si la divinidad fuera un pozo mágico donde arrojar sus culpas y esperar que desaparezcan.
Desperté en un espacio infinitamente blanco, como una hoja en blanco estirada hasta el horizonte. O, más precisamente, como un lienzo antes de que el artista lo arruine con sus pretensiones.
—?Dónde carajos…?
Intenté moverme, pero no tenía brazos. Ni piernas. Miré hacia abajo y solo vi una masa amorfa, como un trapo flotante te?ido de sombras. A mi alrededor, cientos de seres similares se agitaban en silencio, como globos atrapados en una corriente invisible.
El pánico me golpeó entonces, frío y brutal.
— ?Mi familia? ?Estarán vivos? ?O también son… esto?
Las preguntas se amontonaban, pero no tenía boca para gritarlas. Solo flotaba, inútil, atrapado en una prisión sin paredes.
Entonces ella apareció.
Descendió desde lo alto, envuelta en túnicas blancas que flotaban como si el viento las acariciara, aunque aquí no había viento. Su rostro estaba oculto tras un velo negro, tan denso que parecía devorar la luz.
—Hola, seres orgánicos —dijo, y su voz resonó dentro de mi cabeza, como si mis pensamientos ya no me pertenecieran—. Tendrán muchas preguntas, pero solo responderé una por mundo. Después, los enviaré a otro.
Un idiota habló primero.
—?Eres un ángel?
La criatura giró hacia él, y por un momento, el velo negro se onduló, revelando… nada. Solo más oscuridad.
— ?Qué es un ángel? —respondió, con la indiferencia de alguien que aplasta un insecto sin mirarlo—. Soy energía pura. Pregunta respondida.
El tiempo se agotó.
—Es hora de irse —anunció—. Nos volveremos a ver… o no.
—?Espera! —intenté gritar, pero las palabras se ahogaron en la nada—. ?Qué mierda eres? ?Por qué estamos aquí?
No hubo respuesta.
El blanco se desvaneció, reemplazado por una oscuridad tan absoluta que me preguntó si había quedado ciego. Los días se mezclaron. ?Fueron semanas? ?Meses? El hambre y la semilla eran conceptos lejanos, pero el dolor no. Algo me aplastaba, lenta e implacablemente, como si el vacío mismo quisiera exprimirme hasta convertirme en nada.
Y entonces, incluso el dolor desapareció.
El primer sonido que escuchó fue un llanto.
?Mio?
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Abrí los ojos —cuándo los había cerrado?— y vi figuras borrosas inclinándose sobre mí. Rostros sonrientes, ojos brillantes.
—?Duque, felicidades! Es un varón —dijo una voz empalagosa.
Un hombre alto, vestido con ropas oscuras que olían a hierro y poder, me observaron sin pesta?ear. Sus ojos eran como dos piedras pulidas: frías, impenetrables.
—Zen —murmuró, como si probara el nombre en su lengua.
Volteé, y ahí estaba ella. Tumbada en un charco carmesí, los ojos vidriosos aún abiertos, como si en su último momento hubiera querido ver algo. Mi madre. Nadie la miraba. Para ellos, era solo un recipiente roto, desechable.
El duquemi —?padre?— no derramó ninguna lágrima.
Comparado con el ser del velo negro, sin embargo, era insignificante. Y yo… un simple heredero de repuesto.
Los fuertes devoraban a los débiles. La justicia era un chiste que solo los tontos creían.
Y yo, Zen, hijo del Duque de Persia, estaba atrapado en medio de todo.
Doce a?os de silencio. Doce a?os de ser tratado como un mueble más en aquella mansión maldita. Hasta que llegó ese día.
El Duque nos llamó a su despacho —a Norman, mi "hermano mayor", ya mí—. El aire era tan denso que podía cortarse con un cuchillo.
—?De verdad son mis hijos?
Esa simple pregunta hizo que Norman se desmoronara como un castillo de naipes, su voz temblando entre el odio y el miedo. Yo, en cambio, mantuve la calma. Sabía lo que buscaba: una grieta, una debilidad. Pero el Duque no era un hombre común. Su mirada escarbó en lo más profundo de mi alma antes de despedirnos con un gesto despreciativo.
Al salir, Norman no pudo contenerse. Su pu?o me golpeó con fuerza suficiente para hacerme sangrar, pero el dolor físico era nada comparado con la revelación que tuve en ese momento:
—?Métete en tus asuntos, maldito huérfano!
Sus palabras destilaban veneno, pero también verdad. En esta familia, la sangre significaba menos que el polvo bajo sus botas. Y si así era el juego, yo jugaría mejor que todos ellos.
Fingí ser el hijo benévolo. Doné fortunas a orfanatos, compré medicinas para los pobres, y hasta salvar a esas dos gemelas de morir en las calles.
—Vengan a la mansión —les dije con mi mejor sonrisa.
Los guardias me aplaudieron, los sirvientes susurraban que era el único noble con corazón. Qué fácil era enga?arlos.
Y entonces, los vi.
Pero todo se complicó cuando aparecieron ellos: Jack y su ridículo grupo de "Candidatos a Héroes". Su elfo hablaba de justicia, el enano de honor, y el trol… bueno, el trol solo gru?ía. Pero fue Jack quien me vio con esos ojos penetrantes, como si pudiera ver a través de mi máscara.
—Gracias por preocuparte por las personas —me dijo.
—?Por qué te importa tanto? —pregunté.
—Porque cada uno de nosotros nace con cualidades diferentes, y cada uno forja sus propios objetivos, creando el camino que quiere seguir. El mío es ayudar a la mayor cantidad de personas y regalarles una sonrisa en el camino hacia su felicidad.
—?Por qué una sonrisa?
—Porque siempre puedes alegrarte el día.
Me dirigió una sonrisa que cargaba con el peso de las expectativas de sus seres queridos, de las personas como él. Una sonrisa que expresaba que todo iba a estar bien, sin importar las dificultades.
Me despedí de ellos.
Los héroes eran imanes de tragedias. Su camino estaba pavimentado con los cadáveres de sus compa?eros y con las esperanzas de todas las personas que ayudaron, que los admiraban.
La noche cayó sobre la mansión como un manto de oscuridad. Desde mi ventana, observé las estrellas —tan diferentes a las de mi mundo anterior—. Este era un lugar sin piedad, donde los fuertes devoraban a los débiles y donde la compasión era un lujo que pocos podían permitirse.
Apreté el pu?o, sintiendo la energía primordial fluir bajo mi piel. No importaba cuantas monedas repartiera o cuantas sonrisas falsas ofrecieras. Al final, solo había una verdad:
Yo no era el héroe de esta historia.
Y tal vez… eso era lo mejor.