Después de ver a Fufu me apresuré a coger el camino principal que me llevaría a la ciudad de Nebula. Ese cruzaba un bosque bastante diferente al Púrpura, pues estaba formado por árboles inmensos que se lanzaban a lo loco contra el cielo, como si tuvieran algo en contra de él. Al acercarme a uno de ellos, descubrí que la corteza era dura como el hierro y, además, también tenía un color gris. Me dieron ganas de darle con el hacha a ver qué tal y a punto estuvo de probar, hasta que me di cuenta de que era posible que me la cargase y no era plan.
Después de una hora o así de caminar por aquel lugar vacío, me topé de bruces con problemas. Escuché primero unos gritos agudos que seguramente fueran de una tipa en problemas y después las carcajadas de unos monstruos, unas que ya escuché en el bosque Púrpura: trasnos, estúpidos y malvados trasnos.
Al fondo del camino vi un carruaje de aspecto entre lujoso y hortera: tenía la forma de un cisne y las puertas eran sus alas. No me gustó nada la cosa esa que siendo vehículo, quería ser pájaro... Las cosas deben ser lo que son y no aparentar cosas que en realidad no son, por lo menos es lo que pienso yo.
Bueno, pues allí vi a los trasnos que tanto se partían la caja: eran tres y estaban junto a los dos caballos que tiraban del carruaje. La verdad es que no me preocupe nada por el número, ya que estos eran de los bajos y pensé que me los podía cargar con relativa facilidad.
—?Buah, tío! ?Dale otra manzana, pero ya! —dijo el trasno más bajo de todos, era como un ni?o, pero un ni?o al que no tendría problema ninguno en darle unos hachazos.
—?Ya se la doy ahora, no te rayes! —dijo su compa?ero, el cual tenía las granes orejas caídas.
Dicho y hecho, este le ofreció una manzana roja al caballo y este no se esperó nada para lanzar el hocico sobre la fruta y devorarla de un mordisco, uno baboso. Al ver esto, los tres trasnos se rieron a la pura carcajada.
—?Qué tío el caballo este, come como yo qué sé! —dijo el tercero, que era de altura larga y delgada.
Desenfundé mi hacha y me acerqué a ellos, a pesar de que en esos momentos no hacía nada malo yo creía que eran una plaga y la única manera de tratar con ellos era matarlos hasta que no quedase ni uno en el Reino. A ver, las ratas también son monos a veces, pero si tienes una plaga en casa no te vas a quedar poniéndoles lacitos en la cabeza y rollos así. No, te los cargas como la plaga que son. En fin, antes de que tuviera tiempo de partiles la cabeza…
—?Qué mala suerte habéis tenido, bestias! Sin lugar a dudas, el destino os ha jugado una mala pasada, pues habéis atacado el carruaje donde viajaba yo. ?Rodolfo Valentín, aventurero de bronce de los Hijos del Sol, os daré vuestro merecido!
La puerta del carruaje se abrió con la fuerza de un huracán y allí apareció un hombre de unos veinte, a?os más o menos, me gustaron sus caballos rubios que llevaba recogidos en una coleta. Vestía de una manera fina, con unos pantalones de pana color caqui y una blanquísima camiseta que llevaba los dos botones de arriba sin usar. Tenía uno de esos rostros hermosos y simétricos, de esos que parecen hechos por escultores y no salidos de una mujer humana.
—?Preparaos para morir! —gritó y desenfundó un sable, pero antes de atacar se fijó en mí y saltó con agilidad gatuna por encima de las tres cabezas de los trasnos, después corrió hacia mí —. ?Buenos días! ?Podrías ocuparte tú de esos monstruitos?
Me pareció un poco como caradura, pero como era lo que iba hacer de todas maneras me los maté yo misma. Solo uno, el más bajo de todos, porque los otros dos tuvieron la buena idea de largarse a todo meter y perderse en el bosque. El trasno que se quedó no me duró demasiado, pero antes de hundirle el hacha en el cráneo él logró ara?arme el estómago con sus garras.
—Menuda basura —dije, mirando mi bonita camiseta rosa desgarrada y manchada de sangre.
—No te preocupes. Te puedo ayudar —dijo Rodolfo, sonrió y puso las manos sobre la herida: de entre sus dedos salió una luz blanca que me curó al instante.
—Ala, ?tienes Fe? —pregunté, aunque era obvio que era así.
—Uno de los pocos dones que tengo y he de decir que no es gran cosa, me sirve para curar heridas peque?as, y poco más. Aunque quizás sea lo mejor porque tener Fe significaría más responsabilidades —me dijo Rodolfo, sin borrar de su rostro su sonrisa zorruna.
—Ya veo... oye, se curó muy bien —dije, pasando las manos por la herida: quedó marca, pero a mí eso no me importaba demasiado.
—Me alegro, es lo menos que puedo hacer por haber derrotado a los trasnos. Es decir, podría haberme ocupado yo mismo, pero no quería estropearme la ropa —me dijo Rodolfo.
—Tú tienes bastante cara, ?no?
—Te ruego que me perdones. Pero además de curarte, creo que puedo recompensarte de otra manera. ?No te dirigirás a la ciudad de Nebula, por casualidad?
—Pues sí, ?por?
—Pues que no hace falta que te gastes los pies caminando, podemos compartir este bonito carruaje que alquilé en la maravillosa ciudad de Cassiria —La frase se quedó cortada cuando el carruaje del cisne emprendió la ruta a toda velocidad.
Rodolfo se quedó en silencio.
—Creo que te robó el conductor —le dije y me sorprendió cuando él lanzó unas carcajadas.
—?Pues tienes toda la razón del mundo! ?Qué fácil es perder lo que fácil se gana! En ese carruaje tenía todos los soles que había ganado en el Casino Real de Cassiria. En estos momentos, no tengo nada más que lo puesto—dijo él y, por alguna razón, no dejaba de sonreír.
—?Y por qué no te molesta?
—Lo que fácil se gana, fácil se pierde. Además, la misión de mi vida no es hacerme rico, ?te imaginas? Qué sue?o más vulgar, además puedo ganar dinero con solo chasquear los dedos. ?Te importaría que te acompa?ase hasta Nebula? —me preguntó Rodolfo y asentí con la cabeza, ?por qué iba importarme?
Después de llevar un buen rato caminando, mi estómago comenzó a rugir bastante. Era algo normal, ya que al final no pude probar bocado en el restaurante del se?or Oink y ya iba siendo hora de la cena. Lo malo es que por allí no había ningún local en dónde poder comer. Solo árboles grises que no nacían rectos, sino en ángulos y alguno de ellos bastante inclinados.
—Sabela, ciertas se?as me han hecho pensar que tienes hambre y he de admitir que yo también. Además, estoy cansado de tanto andar y se está haciendo de noche. ?No sería mejor encontrar un establecimiento dónde dormir? No estarás pensando en caminar hasta Nebula incluso en la oscuridad. ?No? —me preguntó Rodolfo.
—Bueno, como no quieras dormir en el bosque. Yo no veo ningún sitio por aquí.
—No te preocupes por eso, sé que dentro de poco llegaremos a un Hocus Porcus.
Conocía esos establecimientos de oídas, ya que nunca fui a ninguno de ellos. Estos primeros 18 a?os de mi vida los pasé en mi pueblo, sin viajar ni nada y acabé bastante aburrida, supongo que es también una razón para querer ser aventurera. Bueno, pues los Hocus Porcus son como una cadena de restaurantes y hoteles que están por todos lados: ofrecen alojamiento y comida rica, a buenos precios dicen. La verdad es que me gustaba la idea de ir a uno de ellos, para eso de abrir horizontes y cosas del estilo. Al que íbamos supuse que era nuevo, porque de saber que había uno tan cerca lo tendría visitado sí o sí.
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Hubo una oportunidad de tener en el pueblo uno de esos, hasta vino una persona de la empresa para ver si cundía. Lo recuerdo más o menos bien, porque estaba jugando con Lucía en la plaza del pueblo y vino un tipo uniformado, de pelo rubio y bastante fornido, no tanto como papá, pero poca gente es como él. Se nos acercó y nos habló, bastante simpático el tipo. Dijo que se llamaba Antón o Antonio, tampoco me acuerdo, que mi memoria no es tan buena. Pues eso, se fue al restaurante del se?or Oink para hablar con él, ya que era el único del pueblo, pero no pasó ni un segundo sin que saliera a toda pastilla, más pálido que el culo de la muerte. Luego de eso, ya no hubo más noticias de que fueran a abrir ningún Hocus Porcus en Huertomuro.
La noche cayó de pronto sobre el bosque, pero la oscuridad no llegaba a ser total gracias a unas farolas colocadas a ambos lados de la carretera. Multitudes de insectos se golpeaban las cabezotas intentando llegar hasta la bombilla, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez.
A la izquierda del camino apareció el Hocus Porcos, el letrero estaba iluminado por unas farolas. Mostraba el rostro sonriente de un cerdo que nos gui?aba el ojo y nos lanzaba una sonrisa, nos invitaba a entrar en el sitio y comernos cualquier cosa, bebernos unas cervezas y luego ir a posar la cabeza en una almohada. Era un edificio de dos plantas, de estilo bastante simple, si nada que llamase mucho la atención. Pues eso, entramos y vimos una chica de pelo corto detrás de la mesa de recepción, tenía los ojos medios cerrados y parecía estar a punto de dormirse.
—Buenas noches —dijo y puso una sonrisa vacilante, no sé si del sue?o o del aburrimiento.
—Querríamos dos habitaciones —dijo Rodolfo.
—Vale, las normales cuestan veinte soles y las grandes cuarenta. ?Cuáles queréis? —preguntó la recepcionista.
—?Y tenéis peque?as que cuesten diez? —le pregunté, es que yo era bastante de ahorrar. Bueno, menos cuando era comida y productos para mi pelo.
Ella me miró raro y negó con la cabeza.
—La normal estaría bien —dijo Rodolfo, sacando unos billetes del bolsillo y dejándolos sobre la mesa.
—Yo también... —Me dolía un poco separarme de mi dinero, pero era preferible dormir bajo techo que bajo los árboles.
Rodolfo y yo cogimos las llaves de nuestras habitaciones y la mía era la número 12 y la de él la siguiente. Después nos marchamos al restaurante y eso ya me puso bastante contenta: comer era una de las cosas que más me gustaban en la vida.
En el restaurante había alguna gente, aunque no mucha y la que importaba eran el camarero y el cocinero, puesto que una tenía hambre. Las paredes estaban libres de cuadros, excepto uno: el retrato de un payaso, uno que parecía salido de una pesadilla: tenía los ojos abultados como por enfermedad y una boca de la cual le sobresalían unos dientes que parecían estar afilados. La verdad es que no pegaba para nada aquella cosa y prefería que la hubiese tirado a la basura o, mucho mejor, al fuego.
Nos sentamos en una de las mesas cerca de la ventana, por la cual no se veía nada: es que era ya noche cerrada. Miré la carta y decidí en nada lo que iba tomar: una tortilla grande de patatas, porque tenían mucha fama y de beber una Cefalópodo, que era la cerveza que más me gustaba. Lo de Rodolfo fue raro, porque se pidió solo una ensalada. Hay gente que la verdad es que no las entiendo y, para ser sincera, tampoco quiero hacerlo. Bueno, pues poco después de pedir, el camarero ya nos trajo lo pedido y comencé a comer con ganas, porque fue un día de lo más largo y me morí demasiadas veces.
—?No tienes hambre? —le pregunté a Rodolfo, que apenas había tocado la ensalada. Si es que pedir una ya es extra?o, lo de no comerla ya era para ir a mirárselo.
—No soy de comer demasiado, más bien soy de beber —dijo Rodolfo y eso era bien cierto porque ya se había bebido más de la mitad de la botella de vino que se pidió.
Mientras me zampaba la tortilla, sentí de nuevo aquella mirada cayendo sobre mí: como si alguien que flotaba sobre mi cabeza estuviera mirándome e intentando comunicarse conmigo. Sacudí la cabeza, aquello eran tonterías y lo importante en esos momentos era comer.
De pronto, uno de los camareros levantó la mano en dirección a una televisión y subió el volumen, que antes estaba en mudo. Eran las noticias, apareció un de los periodistas que envían por el reino adelante a hacer entrevistas y rollos del estilo: Arturo Arteixo.
—Estamos aquí en el Instituto de Investigación Helios, en la Ciudad Sol, con excelentes noticias acerca del pergamino Imbolongolo Enhle. ?Parece que los investigadores están a punto de descifrar la profecía de este a?o! Con ustedes, el doctor Honorato Hombreiro. ?Qué nos puede contar acerca del resultado de las nuevas investigaciones?
Al lado del presentador, se levantaba un hombre que no se ajustaba a mi imagen mental de un doctor: poderoso pecho de le?ador y una barba a juego. Pegaría bastante verlo en el Bosque Púrpura cortando le?a, sobre todo mucho más que en un laboratorio investigando. El doctor Honorato habló con una voz bastante contenta y dijo:
—?Mi grupo de investigadores están haciendo unos avances increíbles! ?Y tenemos grandes noticias! Este a?o, la profecía se refiere al Rey de los Monstruos Maeloc y, ni más ni menos, estamos completamente seguros de que habla sobre su completa y absoluta destrucción. Ahora mismo, estamos descifrando la parte en que se menciona a la persona que, por fin, logrará matar al Rey de los Monstruos. Por el momento, podemos desvelar que será un aventurero o una aventurera que haya recibido una Marca, es decir, que sea un Marcado. Pero no sabemos la identidad de la Marca la cual se refiere. ?Pero os podemos asegurar que no tardaremos en averiguarlo y, dentro de poco, Maeloc será derrotado!
Me emocioné. ?Podría ser yo esa persona? A fin de cuentas, recibí una Marca hace nada de nada, la de Las 900 vidas. Aunque es cierto que en el Páramo Verde existían más Marcados, pero no hacía ningún mal a nadie fantaseando un rato.
—Me encantaría ser el que acabe con Maeloc —suspiré, hablando sin querer en voz alta.
—?En serio? Tienes unos sue?os bastante grandes —dijo Rodolfo.
—?A ti no te gustaría ser el que se cargarse al Rey de los Monstruos? —le pregunté y Rodolfo se rio.
—?Oh, no, no! Eso suena demasiado peligroso. Mis sue?os son más humildes e íntimos —dijo y se quedó mirando la copa de vino con una expresión de melancolía en el rostro.
—?A qué te refieres con eso? Si se puede saber, claro —le dije, a mí no me gustaba meterme en los asuntos de los demás, sobre todo teniendo cuenta de que apenas lo conocí ese mismo día.
—Una mujer, Sabela. Hay una mujer que estoy buscando a lo largo y ancho del reino, con la esperanza de encontrarla y con la certeza de que seguramente nunca lo haré —me dijo él y vació la copa de vino de un trago, pero la volvió a llenar en seguida.
—?Y quién es ella? —le pregunté y Rodolfo negó con la cabeza.
—Ni idea, no sé cómo se llama. La veo en sue?os, a los pies de una hermosa monta?a de color azul. Tengo el nombre en la punta de la lengua, creo saber de quién se trata y tengo la sensación de que so?ando sé quién es, pero al despertar la realidad desvanece las fantasías. Pero Sabela, creo que ella es de verdad —me dijo él, ya sin su característica sonrisa y mirándome con seriedad.
—Pero los sue?os... solo son sue?os, ?no? —le pregunté, no quería romper sus esperanzas, pero tampoco me parecía bien mentirle solo para quedar bien.
—No te creas que estoy loco, pero quizás merezca la pena intentar descubrir si mis fantasías son algo más —dijo Rodolfo y no supe qué contestarle.