Me dejó bastante confusa que papá actuase sin ponerse a dar gritos, tanto que se me quedó la mente en blanco y me fui a la mesa del comedor que formaba parte del salón, de hecho estaba pegado al sofá en el cual nos sentábamos para ver la tele. Me senté en frente a papá y, nada más hacerlo, él me dijo con un tono serio que no le pegaba nada.
—No sabes lo que estás diciendo, Sabela. ?Aventurera? ?De verdad quieres desperdiciar tu vida con la basura de los Hijos del Sol?
—Sé perfectamente lo que digo y es justo lo que quiero ser —le dije, no pensaba retroceder ni un paso: sería aventurera costase lo que me costase.
—Tú no tienes ni idea, te crees que ser aventurera es flan comido, ?pero no es un juego, que si te matan te mueres! —dijo papá apenas aguantando los gritos que querían saltar de su boca.
—?Ya, pero a mí no me importa eso de morir! —grité, pensando en mi habilidad de Las 900 vidas. Pero claro, había que tener en cuenta que papá no tenía ni idea de mi poder. Se puso blanco como el papel y cuando habló, su voz temblaba.
—?Pero qué dices, Sabela! ?No digas eso ni en broma! Vida solo hay una y no merece la pena desperdiciarla por los Hijos del Sol. ?Qué tú piensas que es muy bonito eso de ir de aventuras, pero al final lo único que haces es matar monstruos!
—?Qué no, lo dije porque tengo una habilidad!
—?Qué habilidad? ?La de oler a cerdo o qué?
Eso se sintió como un cuchillo en toda la espalda, pero me aguanté los gritos porque no quería una pelea, sino fuera capaz de comprender que con la habilidad que había ganado ser una aventurera iba a ser bastante fácil.
Acaricié el mango de mi hacha y pensé que la mejor manera de que comprendiera era que viera la gran cantidad de vidas que tenía para gastar. Una vez hecho eso, seguro que no habría ningún problema y me dejaría ser una aventurera de los Hijos del Sol.
El problema era en dónde me clavaba el hacha: ?En el corazón? Me daba la sensación de que darle de lleno sería difícil. ?En un ojo? Eso me daba mucha grima. ?En la frente? Me suponía que el hueso de ahí sería bastante duro. Al final decidí que me abriría la garganta porque con lo afilada que era el hacha sería bien fácil rajármela.
—?Estás segura de eso? —me preguntó papá.
—Cada vez menos... espera, ?de qué hablas?
él no me contestó, se levantó de la silla y caminó hasta ponerse delante del sofá en el cual nos sentábamos a ver la televisión. Se sentó y hundió el rostro entre sus manazas, la voz le salió sombría entre los dedos:
—Hablo sobre esa cosa absurda sobre ser aventurera.
—?Claro que sí! ?Es mi sue?o, papá! —le contesté y también me levanté para ponerme en frente del sofá.
—?De verdad mataste a dos trasnos en el bosque? —me preguntó, sin despegar la cara de las manos.
—Es cierto, me los cargué a los dos —dije y decidí que quizás no era el mejor momento para contarle sobre mi habilidad ni tampoco sobre el latido que sentí viniendo del hacha.
Papá se rascó la barba, aún no parecía demasiado convencido. Pero bien podía ver que estaba cediendo y no iba ser yo quien desaprovechase aquella magnífica ocasión. Se masajeó los laterales de la cabeza y se tumbó en el sofá, cerró los ojos y en su rostro se veía la tremenda concentración con la que estaba pensando.
Papá se levantó del sofá y comenzó a dar vueltas en la peque?a zona que había entre el salón y la puerta de salida. Yo no lo culpaba por las dudas que tenía porque mamá murió por su trabajo de aventurera. Al final, se paró en seco, me miró y dijo:
—Está bien. ?Está bien! Si quieres ser una aventurera y pasar de una vida maravillosa cortando árboles. Qué aquí todo es tranquilo y allí todo es caos y que no te creas que los Hijos del Sol son unos héroes, que más bien son unos cretinos de campeonato.
Eso me puso muy contenta, porque durante unos momentos ya estaba pensado que no iba a conseguir que me diera permiso para convertirme en aventurera. Es decir, era ya mayor de edad y en teoría podría hacer lo que me viniera en gana, pero prefería contar con la aprobación de papá.
—?De verdad?
Papá levantó un dedo al techo y me dijo:
—Con una condición, vino hace poco un aventurero llamado Abdón al pueblo. Si él ve que sirves para esto de ser aventurera, pues puedes serlo. Pero si me dice que es una pérdida de tiempo, pues va a ser que no. Que tampoco quiero enviar a mi hija a la tumba tan temprano, ?vale?
—?Pues claro! Tampoco quiero acabar muerta... —dije y le di un fuerte abrazo y un beso en la mejilla que me picó bastante por la tremenda barba que llevaba.
El resto del día lo pasé sin hacer demasiado porque estaba bastante nerviosa por eso de que iba a cumplir mi sue?o de ser una aventurera. Intenté llamar por teléfono a mi mejor amiga Lucía, que vivía en el cercano pueblo de Huertomuro, pero la línea no funcionaba. De hecho, hacía como una semana que no funcionaba. Y internet aquí no teníamos esas cosas, que todavía no lo habían instalado y seguro que tardaban todavía mucho en hacerlo.
—Da igual, de todas formas ya iré ma?ana a verla —me dije a mí misma.
El día siguiente me levanté temprano, aunque por una razón genial. Es que no iba ir al bosque a talar árboles, sino al pueblo a encontrarme con el aventurero que conocía a papá para ver si era lo suficientemente buena como para entrar en los Hijos del Sol. No tenía dudas ninguna de que lograría pasarlo: no se me daba mal pelear después de una vida luchando contra los trasnos del bosque y, por encima de todo, era una Marcada que tenía el poder de Las 900 vidas.
Acerca de eso, cuando me estaba dando una ducha me di cuenta de por qué la gente como yo era llamada Marcada: me saliera una marca en una de mis nalgas que tenía la forma de un corazón ardiente. Eso me puso contenta, pero también un poco nerviosa, ya que a pesar de que era una prueba irrefutable de que era una Marcada, la tenía puesta en el trasero y tampoco es que me gustara la idea de tener que ir ense?ándolo para que la gente se lo creyera.
Después de desayunar unas tostadas con mucha mantequilla, cogí el peque?o camino que cruzaba el pinar y llevaba hasta el camino principal. En menos de veinte minutos, entré en el pueblo de Huertomuro. Tenía un aire de abandono y no se veía a nadie por las calles, esto no era ninguna novedad porque casi no vivía gente aquí debido a que nos encontrábamos demasiado cerca de la Nación de las Pesadillas. Las peque?as casas de piedra permanecían con las ventanas cerradas y en un silencio sepulcral, mantas de niebla se paseaban de un lado al otro y eso que unos pasos atrás lucía un sol redondo y brillante.
El pueblo apenas era una veintena de casas arremolinadas alrededor de una plaza de tierra en dónde había una fuente con la estatua de una antigua heroína llamada Xoana: era grande y fuerte, con una sonrisa bondadosa iluminándole el rostro. El nombre ese me gustaba mucho y siempre pensaba que si tenía una hija, le pondría ese nombre. Desgraciadamente, ese será un sue?o que nunca se cumplirá.
El cuartel de los Hijos del Sol se encontraba enfrente de la fuente. Bueno, cuartel es una palabra demasiado grande porque era como una casa peque?a y rechoncha que en nada se diferencia de las demás del pueblo. Pero sobre la puerta estaba el sol sonriente, emblema del gremio de aventureros.
Detrás del mostrador, se encontraba mi mejor amiga Lucía Lugeros Lugi?os. Ella es la recepcionista del cuartel de los Hijos del Sol de Huertomuro y tenía sobre el pecho la placa con el sol de plata. En los Hijos, había diferentes categorías de aventurero: Platino, oro, plata, bronce y madera.
Mi amiga Lucía es bastante buena en lo que hace y quizás podría llegar a más, pero como está atascada en el pueblo pues no tiene demasiadas oportunidades para subir de rango. Al verme entrar, una dulce sonrisa apareció en su rostro y me dijo así:
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—Buenos días, Sabela. Qué raro verte un lunes por aquí y a estas horas. ?A qué vienes? ?Necesitas ayudas con los trasnos?
—?Qué va! Me cargué a dos, uno fue fácil porque era bastante enano, pero el otro era grande como un toro —le dije y a Lucía se le quedó la boca abierta de pura sorpresa.
—??En serio?!
—Pues sí, pero la verdad es que acabé morida —confesé, que a una no le gusta mucho decir mentiras ni tampoco adornar la verdad.
Lucía se llevó ambas manos a la boca.
—?Oh, por Helios bendito!
—Sí, me morí, pero...
—Se dice acabé muerta, no morida —dijo ella, sin darme tiempo a explicarme.
—Ya, ?no te sorprende que muriese y ahora esté aquí? ?Eh?
—??Eeehhh?! ?Qué te has muerto de morirte de verdad? ?Oh, Helios bendito! La única explicación es que te hayas convertido en una Marcada, ?fue eso Sabela? ?Ahora tienes una habilidad? —dijo Lucía, no me sorprendió demasiado que acertara porque era una de esas personas que sabía utilizar la cabeza.
—Pues sí, se llama Las 900 vidas y eso quiere decir que me puedo morir todas esas veces —expliqué, aunque la perspectiva de hacerlo no me resultaba nada agradable.
—?Eeehhh! ?No te estarás metiendo conmigo? —preguntó, entrecerrando los ojos, como intentando ver si estaba co?as o iba en serio —. ?Y dónde tienes la Marca? ?Quiero verla! ?Nunca he visto una!
—Pues la tengo en una cacha —le dije, sin demasiadas ganas de ense?árselas porque estábamos en el gremio de los Hijos del Sol y no me parecía correcto hacerlo. Además, una no es una exhibicionista.
—?Ensé?amela! —gritó Lucía y le dio un fuerte golpe a la mesa de recepción.
—?No te voy ense?ar el culo! —le dije y di unos pasos en dirección a la puerta, quizás el decirle dónde tenía la Marca no fue una idea tan buena, pero la verdad es que no me esperaba que ella reaccionase de esa manera.
—?Yo quiero ver la Marca! —gritó Lucía y saltó por encima de la mesa de recepción y fue directamente hacia mis pantalones y, como era ágil cual mono, no le costó nada agarrármelos y tirar hacia abajo.
Me aferré a los vaqueros como si me fuera la vida en ello y gracias a eso impedí que me quedara en bragas.
—?No seas cría, suéltame!
—?Quiero verte el culo, Sabelita! ?Ensé?ame el culo! ?No es como si fuera la primera vez que te veo el culo! —aulló Lucía, mostrándose totalmente enloquecida.
Nos paramos al mismo tiempo porque había un hombre grande en la puerta que vestía con una armadura negra que tenía como decoración una calavera con la boca abierta. Lo que más llamaba la atención de él, aparte de su gran tama?o, era una cicatriz con forma de ara?a que le cubría la parte derecha de la cara.
—Vuelvo luego —dijo el hombre y se marchó del cuartel.
Por lo menos esto sirvió para calmar los ánimos de Lucía. Después de la escena del cuartel decidimos ir a comer porque ya iba siendo hora. Mi mejor amiga cerró con llave el cuartel de los Hijos del Sol y nos fuimos al único restaurante del pueblo, que también se encontraba en la plaza de Xoana. Se anunciaba con un letrero en dónde ponía simplemente: Reztarante. Al verlo, Lucía bufó cual gata.
—??Y te puedes creer que el se?or Oink no le cambia el nombre?! ?Todos los días se lo digo, pero no me hace caso nunca! —dijo Lucía, arrugando su chata nariz.
—A mí no me importa, cocina rico y es lo que importa —le dije y ella se volvió en mi dirección apretando los pu?os y levantándolos arriba abajo.
—?Es que le he dicho a Oink mil veces que eso está fatal! ?Y crees que me ha hecho caso? ?Restaurante! No es tan difícil, no debería de ser tan difícil.
—Pero se come rico —le dije y, como lo que quería hacer era papear algo, le cogí de la mano y la obligué a entrar en el restaurante.
El interior era unas cuantas mesas esparcidas, una pared llena de cabezas de animales disecadas: ciervos, osos, jabalís y el due?o observando la televisión, echaban los dibujos animados de Solman y se veía como le pegaba pu?etazos a unos cuantos malos.
El due?o era conocido como el se?or Oink porque su cabeza era como la de un cerdo. No era que se pareciera a uno sino que era como si al nacer no se decidiera si ser hombre o marrano y saliera una mezcla entre ambas cosas. Pero poco importaba su aspecto, el se?or Oink era un hombre agradable que no se merecía lo que le venía encima
—?Se?or Oink! ?Es restaurante, no reztarante! ?Cuándo vas a cambiar de una vez por todas el letrero?
—?Pues hoy mismo! —dijo el se?or Oink, sonreía con la inocencia de un ni?o.
Lucía se creyó que se estaba burlando de ella y se cabreó. A pesar de que habitualmente era la clase de persona que tropezaba dos veces con la misma piedra y le pedía perdón por hacerlo tan de seguido, ella escondía en las profundidades de su alma una ira incontrolable y, si no tenías cuidado, hasta podía terminar devorada por aquellas llamas.
—?Pero tú te crees que soy boba o qué? ?Me tomas por una pazguata? ??Esto ya es intolerable!! ?Se?or Oink, eres una vergüenza de persona! ?No me caes bien, ya está dicho! ?Y tu comida sabe fatal! ?Sabes la razón de que vengamos aquí a comer? ?Acaso crees que nos gusta cómo cocinas? ?No, no y no! ?Este es el único restaurante de todo el estúpido pueblo! ?Es una tortura tener que venir aquí todos los días a sufrir eso que tú malamente llamas comida! ?Por qué no simplemente cierras el restaurante y te largas? ?Crees que alguien te echaría de menos en el pueblo? ?Eh? ?Por qué no te vas a la Nación de las Pesadillas y nos dejas a todos en paz? ?No hay nada en ti digno de mención ni por lo malo ni por lo bueno! ?Te odio, te odio, te odio! —Oink, que nunca había visto el lado oculto de Lucía, se quedó clavado en el sitio, parecía un corderito recién salido de las tripas de su madre —. ??No tienes nada qué decir?! ??Piensas quedarte ahí callado con tu cerduna y porcina cara de cerdo marrano guarro?! —rugió Lucía.
—A mí me gustas como cocinas —dije, pero de poco sirvió.
El se?or Oink, sin decir ni una palabra, sacó de debajo del mostrador un cartel grande en el que ponía: Restaurante Lucia. Las letras estaban escritas a mano, me gustaron mucho porque era de colores alegres, y estaban sobre un campo verde en el que había muchas flores. Gruesas lágrimas inundaban las mejillas del se?or Oink.
—Lo iba a poner ahora... Iba a ser una sorpresa... Siempre te portaste bien conmigo... —La voz de Oink era frágil y daba la sensación de que en cualquier momento se rompería.
Lucía, pálida como la leche, dijo con un hilo de voz:
—Lucía... Lucía lleva acento... en la i...
Al se?or Oink se le resbaló el cartel de las manos y echó unos sollozos de profunda pena. Después corrió en dirección a la cocina y Lucía me miró con las mejillas coloreadas por la vergüenza.
—Sabelita... ?Crees... crees que le habrá sentado mal?
—No lo sé, de las dos se supone que tú eres la lista, ?no?
—?Por Helios bendito! Tú sabes cómo soy cuando me cabreo. ?Pero en realidad no pienso lo que dije! ?Tengo que pedirle perdón! —dijo Lucía y corrió al interior de la cocina de dónde se podían escuchar los lloros del se?or Oink.
Me quedé sola en el restaurante y lo peor es que tenía un hambre tremenda. Me entretuve mirando la televisión: Solman se enfrentaba al malvado doctor Luna, en este capítulo el villano le daba a la gente unos caramelos rojos y provocaba que estos se convirtieron en horrendos monstruos. Mi estómago lanzó un rugido de oso, me acaricié la panza mientras en mi mente se dibujaba una hamburguesa. A mí me gustaban con cuantas más cosas mejor: panceta, un huevo, mucho queso, tomate, lechuga, pepinillos, cebolla y también con mucha salsa picante. Mis fantasías fueron rotas por un grito inhumano que salía de la cocina y me di cuenta de que el problema se convirtió en un problemón.
No me lo pensé nada y corrí a la cocina. Lo primero que vi fue a Lucía toda desmayada en el suelo y con una herida a la cabeza. No tuve demasiado tiempo para preocuparme porque mi atención fue robada por un rugido animal. A unos pasos de mi amiga se encontraba el se?or Oink, pero ya no era él, sino otra cosa: era un monstruo.
Decir que cambió mucho no sería suficiente para hacer comprender la magnitud del cambio: su cabeza se partió en dos y se abría como si fuera la boca de un monstruo e incluso le nacieron unos dientes bastante afilados en los bordes y el cerebro se transformó en una lengua que se movía de un lado a otro con movimientos bruscos.
Supe lo que era: un caído, el peor tipo de monstruos. Es una de las cosas que primero nos ense?an en el colegio: a veces las personas cuando están muy desesperadas cambian y se transforman en horrendos monstruos. La culpa la tiene la Maldición, una especie de enfermedad que omenzó en el interior de la Nación de las Pesadillas.
Nunca antes viera uno porque es muy raro que suceda y me daba tanto miedo que quise escaparme, pero si lo hacía lo más seguro es que Lucía acabase en su estómago y eso era algo que nunca me lo perdonaría. Además, ?qué clase de Hija el Sol sería si abandonase a una persona indefensa en las manos del peligro?
Cogí mi hacha y apunté con ella al monstruo.
—Prepárate para... eh... ser derrotado —dije, quería decir algo chulo, pero no me salió demasiado bien.
Me lancé hacia él en plan sin pensar porque quizás así lo tomaría por sorpresa, pero nada más dar tres pasos algo se movió a toda velocidad por delante de mí. Lo único que vi fue un algo borroso y después descubrí a mi brazo volando despegado de mi cuerpo, todavía agarrando el hacha.
Logré dar unos pasos más antes de caer de rodillas al suelo, el mundo se oscurecía a mi alrededor e intentaba frenar el sangrado de mi brazo cortado con la mano izquierda, pero la sangre salía entre mis dedos con abundancia.
El se?or Oink monstruoso levantó el brazo y su mano ya no era mano sino alargada hoja de espada manchada de sangre. Fue aquella arma la que cortó mi brazo y fue la que cayó sobre mi cabeza matándome de nuevo.